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«Me impactó que un gobierno mirase hacia atrás y reconociera sus errores»

La periodista y escritora Mónica Subietas charla con Noticias Suiza sobre su novela Waldinneres

Mónica Subietas (Barcelona, 1971), periodista y escritora, reside en Zúrich desde 2008. Dedicada a fomentar la lectura y la escritura en diferentes colectivos, acaba de publicar Waldinneres, su primera novela, que se editará en alemán antes que en el idioma en el que fue escrita: español. Waldinneres fue elegido “Libro del mes de mayo” por la cadena de librerías más importante de Suiza y ya está siendo traducido al polaco. Sin ocultar su entusiasmo, reconoce que “después de años escribiendo, que lo primero que publicas tenga esta acogida es maravilloso”.

Mónica Subietas (Zúrich), fotografía de Luis Lumbreras

¿Es habitual publicar una novela en un idioma extranjero antes que en el idioma original?

No, la verdad es que no es nada habitual. Lo normal es que se publique en el idioma en el que el autor escribió la novela y después, si se da la oportunidad, se traduzca a otros idiomas. Pero con Waldinneres (cuyo título original es El bosque en silencio) sucedió así; mi editor en S. Fischer Verlag leyó el manuscrito en español y decidió traducirlo y publicarlo en alemán. Yo estoy encantada de que ocurriera así porque todo el proceso de edición y publicación fue muy especial.

Has tardado seis años en escribir esta novela. Contiene elementos de suspense, una base histórica y relaciones humanas en las que la motivación de los personajes y sus dilemas morales atraviesan el relato. ¿De dónde surgió tu interés por escribir esta historia?

Aunque la historia es completamente ficticia, lo que me inspiró la novela fue el descubrimiento del Informe Bergier, el documento resultante del estudio que encargó el gobierno suizo a una comisión independiente para analizar el papel de Suiza durante la Segunda Guerra Mundial. Descubrir que un gobierno había sido capaz de mirar atrás y reconocer sus errores me impactó y me interesó muchísimo. El hecho de mirar atrás como un acto de cura, de terapia social, me pareció un gesto muy valiente. Primero pensé en tratar el tema como periodista, pero ya no era un tema de actualidad (el informe se concluyó en 2002) y entonces se me ocurrió montar una ficción a partir de esto, en concreto sobre Suiza y su política sobre los refugiados durante el nazismo.

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¿Qué te interesaba contar exactamente?

Aparte de eso, que cerrar bien el pasado lleva a un mejor presente, me interesó contar que hubo personas que se rebelaron contra la decisión gubernamental y se jugaron la vida para ayudar a judíos a entrar en Suiza. Estas personas, como iban en contra de la neutralidad del país, fueron aisladas socialmente, señaladas. Perdieron el trabajo, fueron multadas e incluso fueron a la cárcel. A esta gente no se le hizo un poco de justicia hasta que el Gobierno Federal les pidió perdón en 2004. Waldinneres cuenta eso, la entrada ilegal de un judío en Suiza y las consecuencias para quien le ayudó, que llegan hasta la actualidad. Aunque la novela habla también del comercio de arte expoliado, de las cuentas durmientes, de lealtad y traición, de amistad, de amor…

En la novela te mueves entre la realidad histórica de una Suiza en medio de la guerra y una ficción paralela que tiene lugar en la Zúrich actual. ¿Cómo conectas estos distintos escenarios tan alejados en el tiempo? ¿Nos puedes contar un poco la historia?

Los conecto alternando el pasado y el presente en una parte del relato. La primera parte de Waldinneres se mueve entre dos años de guerra –de 1942 a 1944– y un presente que sitúo entre 2009 y 2011. Hermann Messmer es uno de estos pasadores de fugitivos: él ayuda a entrar en Suiza a un judío, que tiene un accidente en la montaña. Hermann corre a buscar ayuda y cuando regresa el fugitivo ha desaparecido; lo único que queda de él es un bastón que esconde en su interior un cuadro enrollado. Hermann decide buscarle para devolverle el cuadro, pero no tiene ningún dato de él y no consigue encontrarle. Antes de morir, decide dejar en herencia el cuadro a su hijo Gottfried para que continúe la búsqueda. La trama se pone en marcha cuando Gottfried recibe este cuadro junto con una carta del padre pidiéndole que encuentre a su propietario legítimo y se lo devuelva. A partir de ahí, casi toda la trama se desarrolla en el presente.

De hecho, en Waldinneres la búsqueda del propietario de esta valiosa obra vertebra la historia del principio al final. En el país helvético y en todo el mundo siguen los litigios y las investigaciones para recuperar el arte incautado por los nazis a judíos…

Y seguirán. Aunque no hay cifras fiables, se calcula que los nazis expoliaron más de 600.000 obras de arte, de las cuales se ha localizado alrededor de una tercera parte. Eso significa que cientos de miles de esas obras siguen pululando por el mundo. Por eso es fácil pensar que tanto en colecciones privadas como en museos podría haber piezas de procedencia ilícita. Durante muchos años nadie preguntó por el origen de estas obras. En 1998 se firmaron los Principios de Washington, según los cuales las obras localizadas deberían restituirse a sus dueños legítimos o a sus herederos. Sin embargo, los principios no son vinculantes (no obligan) y están firmados por sólo 44 países.

¿Crees que los debates y los trabajos van por buen camino para restituir estos bienes a sus propietarios legítimos o a sus herederos?

Es difícil decirlo, aunque hay varias bases de datos de arte expoliado que contribuyen a que por lo menos sea muy complicado continuar comprando y vendiendo obras de procedencia ilícita. Porque en realidad son obras robadas, aunque las llamen expoliadas. Cuando alguien roba algo y le pillan lo primero es devolverlo. Si luego su dueño quiere ceder la obra a un museo, ya es su voluntad, igual que tendría todo el derecho a colgarlo en el salón de su casa si quiere. Por mi parte, soy partidaria de que el arte esté en museos para que todo el mundo pueda contemplar la belleza. Pero la realidad es que esas obras tienen dueños. Un expolio no deja de ser un robo y no sólo afecta al arte de propiedad judía; también al arte egipcio, griego, chino… El tema de la expropiación cultural da para una novela y para quinientas.

Waldinneres (1882) por Gustav Klimt

¿De dónde viene el título Waldinneres?

Waldinneres –que significa “dentro del bosque”– es el título original de un pequeño cuadro de Gustav Klimt, un paisaje forestal que el artista pintó recién salido de la escuela de Viena. Es el cuadro que aparece en la portada y en las guardas del libro y vertebra toda la trama de la novela. Yo buscaba una obra de un artista reconocido, centroeuropeo, que hubiera sido pintada en una época determinada y que cupiese en un bastón. Y apareció este lienzo, sobre el cual había muy poca información, lo que me permitió crearle una vida ficticia. Así que el cuadro existe, y es precioso. No sé a quién pertenece, pero imagino que está en manos privadas porque se intentó subastar en 2006, aunque al parecer no se vendió. De hecho me encantaría que el libro llegase a manos de sus propietarios y me invitasen a verlo. Sería un sueño cumplido.

En tu página web monicasubietas.com hay una cita de Edward Bulwer-Lytton: “La pluma es más poderosa que la espada”. En el escenario actual, con una guerra en Europa y la amenaza de una guerra nuclear, ¿te mantienes en este ideal?

Más que nunca. Porque el periodismo tiene una función importante de denuncia y de análisis, sobre todo frente a los abusos de los poderosos, que ahora es más necesaria que nunca.

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